20.6.07

El Rostro Esperado.


Sabemos que naces pero no podemos verte,

y en las pampas perdidos, los hombres a caballo,
sintiendo victoriosas las ideas de Mayo,
te soñamos poderosa y ansiamos tenerte.

Criatura gigante que no acabas de nacer:
ya planean matarte en Inglaterra y España
y hasta abortistas locales se empeñan con saña
en no permitir la culminación de tu ser.

Pero el pequeño y grande general de esta tropa
de idealistas con pocas armas y mala ropa
ya quiere presentarte aunque la vida le cueste.

Inmensa Patria que te forjamos nueva y nuestra:
el general sobre un río tu rostro nos muestra
y un soplo te anima el semblante blanco y celeste.

9.4.07

XXX

me gusta que me gusten
tus líneas tan curvosas
me gusta que me gusten
tus órdenes más locas

me gusta que me guste
tu espalda sudorosa
me gusta que me guste
tu efigie dadivosa

me gusta que te gusten
mis anhelos silentes
me gusta que te gusten
los juicios de mi fiebre

me gusta que te guste
que aborde tu cintura
me gusta que te guste
testear mi envergadura

me gusta que nos gusten
nuestras formas sin ropas
me gusta que nos gusten
las gozosas demoras

me gusta que nos guste
cancelar la decencia
me gusta que nos guste
estallar de impaciencia

y que la libido a hora o deshora
nos haga coincidir en un ahora

y un instante arrebatado y violento
resuma el Caos
sólo a la torpeza del movimiento
y centre el Cosmos
en dos mentes con igual pensamiento:
no hay Universo
fuera de nosotros y nuestros cuerpos.

19.3.07

Está bueno ser musulmán.

Sumario Ensayo Utilitario, quizá Herético, sobre Escatologías Comparadas.


Nunca fui un alumno destacado en la materia Religión. Siempre me la llevé a marzo. Pero me parece ahora que me bochaban más por preguntón que por mal estudiante. Tuve suerte en recibir mis clases sobre el final del siglo veinte. Peor me hubiera ido cinco o diez siglos antes. Hay que tener cuidado con este ensayo. Puede contener errores y, por lo tanto, ser herético. En cuestiones de Fe, cualquier cosa que se salga del Dogma es herejía. Menos mal que la herejía ya no es un delito. No me gusta que me constituyan como delincuente.

No es mi intención bucear en la fortaleza y coherencia de las elaboraciones metafísicas que sostienen al Cristianismo y al Islam. Sería muy pretencioso para mí. Sólo busco un fin práctico, utilitario. ¿Qué gano con ser un buen chupamedias de Cristo? ¿Qué gano con ser un buen alcahuete de Mahoma? Ésas son las únicas preguntas que me hago. Voy a lo importante. Los demás es puro cuento. Mis primeras averiguaciones desembocan en una sorpresa: las dos preguntas tienen la misma respuesta: el Paraíso.

Si quisiera terminar este ensayo aquí, la conclusión que se impone es que da lo mismo pertenecer a cualquiera de las dos religiones. Pero no es un colofón acertado. Sendos edenes son muy diferentes. Hay que elegir:

El Paraíso de los Cristianos es un lugar de placer y sosiego. Pero no se sabe en qué consisten esos sustantivos. Nada terreno hay allí, ni bueno ni malo. Dicen por ahí (no importa quién lo dice, esto es puro utilitarismo) que un monje medieval, muy devoto de Cristo, muy santo el hombre, rogó, en una oración matutina a Dios, que se le adelantara una imagen del Paraíso. ¡Bien por él! ¡Eso es saber presionar! ¿Para qué, si no, tanta buena conducta si uno no obtiene algún beneficio de ella? Una vida santa es un presupuesto que hace merecer un adelanto, un avance, una cola cinematográfica por lo menos. Después de su rezo, el monje fue a pasear por un bosquecito del monasterio y se detuvo a escuchar el canto novedoso de un pájaro hasta entonces desconocido por él. Y al regresar a sus tareas en su claustro, comprendió que Dios había accedido a su pedido, porque vio al monasterio muy cambiado y, tras pocas averiguaciones, comprendió que, desde su última oración hasta ese momento, habían transcurrido cuatrocientos años. Bien, de allí hay que sacar datos para averiguar cómo es el Paraíso de los Cristianos. No hay más fuentes.

El Paraíso de los Musulmanes es un lugar de placer y sosiego. Y se sabe muy bien en qué consisten esos sustantivos. Todo lo bueno y legítimo terrenal está en el Paraíso, y lo malo es inexistente. Quien accede a ese lugar, se encuentra en una pradera idílica, de clima perfecto, con manantiales de leche y miel, y disfruta de buena música, de banquetes y manjares, de eterna buena salud. Y para los hombres hay un premio extra: en el Paraíso de los Musulmanes viven las huríes: jóvenes y hermosas mujeres, cuyos besos dejan un sabor dulce en la boca y cuya virginidad se recompone tras el acto amoroso; en síntesis: eternos pimpollos que prometen ser pronto rosas, pero con una promesa que dura toda la eternidad. Bien, ése es el Paraíso de los Musulmanes.

Conviene ser musulmán, es la conclusión de este ensayo práctico y utilitario. El Islam es una religión con mayores exigencias formales para el practicante, es cierto… pero también es cierto que “pertenecer tiene sus privilegios”.


19.2.07

Tres Historias Mínimas.

Tres Historias Mínimas, rescatadas de relatos orales.


1. La de “El Gordo” Vergara.

Contaba quien reseñaba las circunstancias de la trágica muerte de don Vergara que al mencionado personaje “lo había agarrado la gula” y almacenaba en su casa grandes cantidades de alimentos y bebidas no perecederas. Todos los días visitaba supermercados para comprar hormas enteras de queso, latas de pescado y vegetales, harinas, aceites, vinos, vinagres, fiambres… Cuando se encontraba con algún conocido, aconsejaba: —Hay que guardar, porque la comida se va a terminar.

El Gordo Vergara vivía solo con su sótano repleto de alimentos. Y una tarde de domingo, aprovechando que el día estaba lindo, salió a la puerta de su casa a tomar mates de leche dulces y a comer tortas de chicharrones con manteca. Esa misma tarde, un heladero circulaba con su camioneta por la calle del domicilio de Vergara, y, al verlo mateando, se detuvo y la fuente de esta crónica reconstruyó el siguiente diálogo:

— ¿Cómo va, Gordo? ¿Queré helado?

— ¡Sí! Dame un kilo de súper sambayón, chocolate con nueces y dulce de leche con pistacho.

— Bueno… tomá. Te dejo tres tachos. A los demás lo vuá tirá a la mierda porque se me rompió la heladera y se van a podrir todos.

— ¿Qué? ¡No! ¿Cómo los vas a tirar? Dejámelos a mí. ¿Cómo los vas a tirar? ¡¿Sos loco?!

— ¿Lo queré todos?

— Má vale.

Y así fue que don Vergara comenzó a tomar helados muy apurado ya que tenía que ganarle al transcurso de Cronos que se empeñaba en derretirlos. Y comió tanta cantidad en tan poco tiempo que se le congelaron las tripas y se murió.


2. La de “El Viejo” Escobena.

Contaba quien reseñaba las circunstancias de la trágica muerte de don Vergara que él también conoció a un tal Escobena, y según su descripción se trataba de “un viejo que estaba hecho pelota; re viejo y todo escachato”. Vivía solo en una casita y tenía hábitos nocturnos. Una noche, muy tarde, escuchó que le tocaban timbre, y al asomarse para ver quién era descubrió que se trataba de la mismísima Muerte en persona. Toda de negro, y con guadaña y todo.

— ¡Abrime, Escobena, que te tengo que llevar! –escuchó que le decían desde la calle. Y él respondió: — Tomatelá porque no te voy a abrir nada –y continuó con su rutina, apenas preocupado por la visita. Prendió la Spika y se escuchó unos tanguitos de Fresedo mientras calentaba agua para tomarse unos verdes cimarrones. Pero la visitante insistía en su propósito de entrar al domicilio. Entonces Escobena se enojó y decidió finiquitar el asunto. Muy confiado en salir victorioso, tomó del cajón de su mesita de luz un Smith & Wesson calibre .32 corto, fue hacia la puerta de entrada de su casa, abrió una ventanita, sacó su mano que empuñaba el revólver, y rajó tres tiros al aire. — Los otros tres son para vos si no piantás ya –dijo tras los disparos. Y todo hace pensar que la Muerte salió rajando… porque Escobena ahí anda, vivito y coleando.


3. La de “El Loco” Pico.

Contaba quien reseñaba las circunstancias de la trágica muerte de don Vergara que, hace unos años, un tal Pico, conocido como El Loco, tenía ganas de ser buzo. Y que viajó a Santa Fe después de enterarse de que en esa ciudad había una escuela de hombres rana que funcionaba en una casilla de madera ubicada al lado de un muelle que se internaba en la superficie de una laguna. Cuando se presentó, encontró tres tipos mateando. Explicó sus intenciones y, después de su exposición, escuchó que uno le dijo: — ¿Así que vo queré ser buzo? Bueno… Vamo a la punta del muelle –mientras con señas pedía a los otros dos que acarrearan algunas cosas. Ya en el destino los tipos comenzaron a ataviar la persona del loco Pico y, mientras, le iban explicando: — Las pesas que te ponemo en las patas son pa que no floté… ¿entendé? Y esta manguera es pa que respiré… ¿entendé? Mordé fuerte. Y esta soga que te atamo en la cintura es pa sacarte del agua después de la prueba… ¿entendé? –el loco Pico iba asintiendo con la cabeza y, cuando terminó la preparación escuchó que le decían: — Bueno, ¡listo! al agua ché… El loco Pico quiso responder: — Está bien –pero su respuesta trunca la dio en el aire, porque apenas empezó a pronunciar la “e” le dieron un empujón y se hundió ocho metros abajo del agua.

Los tipos siguieron mateando en la casilla y, tres horas después, uno dijo: — Ché… ya van tres horas… ¿lo sacamo al pibe? Y los otros dos, al unísono, respondieron: — Sí. Tiraron de la soga hasta que lo sacaron y, cuando el loco Pico ya estaba parado en el muelle, pero sin poder caminar por la pesas, escupió la manguera y exclamó: — ¡La puta que los reparió a los tres! ¡¿Cómo me van a dejar tanto tiempo abajo del agua?! Encima me parece que me mordió un pescado… ¡Hijos de puta! Cuando los tipos se dieron cuenta que el aspirante no tenía ganas de pegarles comenzaron a desataviarlo y uno de ellos sentenció: — Buscate otra vocación, pibe. Vos no servís para buzo.

La fuente del relato asegura que el loco Pico volvió a su ciudad y puso una verdulería en el garage de su casa. “La Berenjena Púrpura” es el nombre de fantasía del establecimiento. También asegura que hace poco fue a comprar albahaca para hacer un pesto y le preguntó al loco Pico: — ¿Vos no querías ser buzo? Y por respuesta escuchó: — Sí. Pero ahora estoy ahorrando plata para comprarme un avioncito. De esos chiquitos… ¿vio? Dicen que uno aprende a manejarlos solo…