19.2.07

Tres Historias Mínimas.

Tres Historias Mínimas, rescatadas de relatos orales.


1. La de “El Gordo” Vergara.

Contaba quien reseñaba las circunstancias de la trágica muerte de don Vergara que al mencionado personaje “lo había agarrado la gula” y almacenaba en su casa grandes cantidades de alimentos y bebidas no perecederas. Todos los días visitaba supermercados para comprar hormas enteras de queso, latas de pescado y vegetales, harinas, aceites, vinos, vinagres, fiambres… Cuando se encontraba con algún conocido, aconsejaba: —Hay que guardar, porque la comida se va a terminar.

El Gordo Vergara vivía solo con su sótano repleto de alimentos. Y una tarde de domingo, aprovechando que el día estaba lindo, salió a la puerta de su casa a tomar mates de leche dulces y a comer tortas de chicharrones con manteca. Esa misma tarde, un heladero circulaba con su camioneta por la calle del domicilio de Vergara, y, al verlo mateando, se detuvo y la fuente de esta crónica reconstruyó el siguiente diálogo:

— ¿Cómo va, Gordo? ¿Queré helado?

— ¡Sí! Dame un kilo de súper sambayón, chocolate con nueces y dulce de leche con pistacho.

— Bueno… tomá. Te dejo tres tachos. A los demás lo vuá tirá a la mierda porque se me rompió la heladera y se van a podrir todos.

— ¿Qué? ¡No! ¿Cómo los vas a tirar? Dejámelos a mí. ¿Cómo los vas a tirar? ¡¿Sos loco?!

— ¿Lo queré todos?

— Má vale.

Y así fue que don Vergara comenzó a tomar helados muy apurado ya que tenía que ganarle al transcurso de Cronos que se empeñaba en derretirlos. Y comió tanta cantidad en tan poco tiempo que se le congelaron las tripas y se murió.


2. La de “El Viejo” Escobena.

Contaba quien reseñaba las circunstancias de la trágica muerte de don Vergara que él también conoció a un tal Escobena, y según su descripción se trataba de “un viejo que estaba hecho pelota; re viejo y todo escachato”. Vivía solo en una casita y tenía hábitos nocturnos. Una noche, muy tarde, escuchó que le tocaban timbre, y al asomarse para ver quién era descubrió que se trataba de la mismísima Muerte en persona. Toda de negro, y con guadaña y todo.

— ¡Abrime, Escobena, que te tengo que llevar! –escuchó que le decían desde la calle. Y él respondió: — Tomatelá porque no te voy a abrir nada –y continuó con su rutina, apenas preocupado por la visita. Prendió la Spika y se escuchó unos tanguitos de Fresedo mientras calentaba agua para tomarse unos verdes cimarrones. Pero la visitante insistía en su propósito de entrar al domicilio. Entonces Escobena se enojó y decidió finiquitar el asunto. Muy confiado en salir victorioso, tomó del cajón de su mesita de luz un Smith & Wesson calibre .32 corto, fue hacia la puerta de entrada de su casa, abrió una ventanita, sacó su mano que empuñaba el revólver, y rajó tres tiros al aire. — Los otros tres son para vos si no piantás ya –dijo tras los disparos. Y todo hace pensar que la Muerte salió rajando… porque Escobena ahí anda, vivito y coleando.


3. La de “El Loco” Pico.

Contaba quien reseñaba las circunstancias de la trágica muerte de don Vergara que, hace unos años, un tal Pico, conocido como El Loco, tenía ganas de ser buzo. Y que viajó a Santa Fe después de enterarse de que en esa ciudad había una escuela de hombres rana que funcionaba en una casilla de madera ubicada al lado de un muelle que se internaba en la superficie de una laguna. Cuando se presentó, encontró tres tipos mateando. Explicó sus intenciones y, después de su exposición, escuchó que uno le dijo: — ¿Así que vo queré ser buzo? Bueno… Vamo a la punta del muelle –mientras con señas pedía a los otros dos que acarrearan algunas cosas. Ya en el destino los tipos comenzaron a ataviar la persona del loco Pico y, mientras, le iban explicando: — Las pesas que te ponemo en las patas son pa que no floté… ¿entendé? Y esta manguera es pa que respiré… ¿entendé? Mordé fuerte. Y esta soga que te atamo en la cintura es pa sacarte del agua después de la prueba… ¿entendé? –el loco Pico iba asintiendo con la cabeza y, cuando terminó la preparación escuchó que le decían: — Bueno, ¡listo! al agua ché… El loco Pico quiso responder: — Está bien –pero su respuesta trunca la dio en el aire, porque apenas empezó a pronunciar la “e” le dieron un empujón y se hundió ocho metros abajo del agua.

Los tipos siguieron mateando en la casilla y, tres horas después, uno dijo: — Ché… ya van tres horas… ¿lo sacamo al pibe? Y los otros dos, al unísono, respondieron: — Sí. Tiraron de la soga hasta que lo sacaron y, cuando el loco Pico ya estaba parado en el muelle, pero sin poder caminar por la pesas, escupió la manguera y exclamó: — ¡La puta que los reparió a los tres! ¡¿Cómo me van a dejar tanto tiempo abajo del agua?! Encima me parece que me mordió un pescado… ¡Hijos de puta! Cuando los tipos se dieron cuenta que el aspirante no tenía ganas de pegarles comenzaron a desataviarlo y uno de ellos sentenció: — Buscate otra vocación, pibe. Vos no servís para buzo.

La fuente del relato asegura que el loco Pico volvió a su ciudad y puso una verdulería en el garage de su casa. “La Berenjena Púrpura” es el nombre de fantasía del establecimiento. También asegura que hace poco fue a comprar albahaca para hacer un pesto y le preguntó al loco Pico: — ¿Vos no querías ser buzo? Y por respuesta escuchó: — Sí. Pero ahora estoy ahorrando plata para comprarme un avioncito. De esos chiquitos… ¿vio? Dicen que uno aprende a manejarlos solo…