18.6.06

Bix Beiderbecke. Apuntes biográficos del primer héroe blanco del Jazz.


En los albores del Siglo XX nacía lo que más tarde sería llamado “Jazz”. Acunada por músicos marginales y de nulos o escasos conocimientos técnicos, y condenada por una élite intelectual obsesionada en vituperarla, crecía la nueva música en los barrios bajos de los Estados Unidos de Norteamérica, despreciada por la población burguesa y saludada por el entusiasmo de algunos jóvenes que eran considerados locos.

Para reflejar el bajo concepto que sobre el incipiente arte nuevo se tenía, será suficiente transcribir un fragmento del “Times Picayune” de 1918: “¿Qué es, al fin y al cabo, la música del jazz y el jazzband? El jazz fue una manifestación de carácter degradante, propia sólo del gusto de una raza todavía no redimida por la civilización. Podríamos ir más lejos todavía y afirmar que la música de jazz constituye una historia indecente, a pesar de las síncopas y de los contrapuntos. En sus comienzos sólo se la gustaba vergonzosamente a puertas cerradas, como todos los vicios; luego se popularizó hasta ganar los barrios decentes, en los que únicamente se la toleró por su aspecto burlesco. En materia de jazz, Nueva Orleáns debe tener un particular interés, desde el momento que se afirma que nació aquí este vicio musical, cuyo origen se encuentra en los más turbios rincones de los barrios populares. Nosotros nos negamos a reconocer esa paternidad y no queremos el favor de esas charlatanerías; al contrario, deseamos ser los últimos en aceptar semejante salvajismo en medio de una sociedad adecuada. ¡Dondequiera que brote el jazz, nos haremos un deber cívico en suprimirlo!”

En 1923, una banda llamada “Original Dixieland Jazzband” es contratada por un pequeño café de Nueva York (el “Balconades”), donde se reúnen aficionados al jazz. Cada tarde, con toda regularidad, un hombre joven, de cabellos ligeramente grises, entra en el salón y escucha religiosamente. Minutos antes de que el local clausure sus puertas, sube al estrado del piano y toca el “In the Mist”. Es Bix Beiderbecke, el primer gran músico blanco de jazz; el joven trompetista, muerto a los veintiocho años, que inspiraría a toda la escuela blanca de jazz; el genial intérprete que comenzó a conquistar multitudes después de su muerte; el artista que no vivió para ver el momento en que el jazz se impone triunfante, a pesar de las adversidades creadas por sus detractores, y obtiene carta de ciudadanía por parte de aquellos que se proponían aplastarlo.

León Bismarck Bix Beiderbecke nació a la orilla del río Mississippi, en Davenport, Iowa. Su juventud transcurrió en la época en que los barcos de placer, que subían desde Nueva Orleáns, contaban con orquestas de negros y blancos que fomentaban una especie de revolución artística en la tradición circunspecta de esa pequeña ciudad del Middle West. Era un joven bohemio que vagabundeaba por los muelles, y al anochecer soñaba con reunirse con aquellos que adivinaba encandilados por un arte inédito, mientras escuchaba en un fonógrafo unos discos de la Original Dixieland que había conseguido su hermano. Davenport era uno de los centros más conmovidos por la nueva música y Bix no tardó en integrarse en diferentes bandas. Sus padres quisieron cortar por lo sano y lo enviaron a una academia militar, donde permaneció algunos meses sin consagrarse a otra cosa que a la música y al deporte. Más tarde abandonó todo estudio serio, organizó una orquesta de jazz, y pasaba todas las noches tocando en bailes particulares.

La época en que Bix está en Nueva York y asiste al café Balconades a escuchar a la Original Dixieland es más o menos la época en que comienza a beber gin ilegal. Toca en varias agrupaciones sin lograr estabilizarse en alguna. En esos tiempos surge una formación a la que se integran todos sus amigos, y que con posterioridad también él forma parte: es la gran orquesta de Paul Whiteman, quien lo recibió con la ternura que un padre puede sentir por su hijo desgraciado. Bix se debatía entre los dos polos contradictorios de la necesidad de crear y la necesidad de ganarse la vida. Para olvidar esta lucha se entregaba a la bebida, frecuentando los bares hasta muy entrada la mañana, consumido junto con las imágenes que poblaban sus sueños melancólicos.

A menudo le asaltaba el recuerdo de aquella que había amado en Davenport y que acababa de casarse. Ya hacía mucho tiempo que entre la sumisión doméstica que el amor le imponía y el jazz, había elegido el jazz. Otras veces, el recuerdo de una rubia oxigenada que le había dicho unas cálidas palabras, una tarde, en el “Greystone Ballroom”, en Detroit, y que luego abandonó todo para seguirlo unos días, torturaba sus pensamientos. ¿Qué habría sido de ella? De pronto sentía impulsos de salir inmediatamente para Cincinnati, donde esperaba encontrarla. Pero después hundía su amargura en la bebida o trataba de olvidar creando algunas frases límpidas y profundas en su trompeta.

Más adelante ya Bix se hallaba tan extenuado y tan enfermo que debió abandonar la orquesta. Trató de ser prudente y de no dejarse arrastrar. Tomaba entonces violentas resoluciones que abandonaba al día siguiente. Un día decidió tocar en la orquesta “Casa Loma” y manifestó una gran satisfacción cuando lo aceptaron. Sus amigos decidieron conducirlo en auto hasta el lugar para que no dejara de asistir. Pero, al pasar frente a un bar, apresado por los fantasmas del alcohol, se arrojó del coche y buscó refugio en la inconciencia.

De vez en cuando volvía a aparecer en la orquesta de Paul Whiteman; después, descansaba por cortos períodos. Ya no era más que la sombra de sí mismo.

Había firmado un contrato para tocar en una velada en Princenton, cuando, justamente el día que debía realizarse, fue atacado por una gripe aguda. Era en agosto de 1931. Bix vaciló, interrogó al médico, trató de hacerse reemplazar, pero se le hizo saber que si él en persona no asistía a la fiesta, toda la orquesta sería rechazada. Hizo un esfuerzo y asistió, pero apenas si pudo tocar…

Y el pobre Bix, que alentaba siempre en sus sueños la esperanza de regresar a Davenport para descansar, volvió a su ciudad, pero no como él lo esperaba. Una noche, un compañero de la banda, le comunicó a su hermano que Bix estaba gravemente enfermo. El hermano y la madre salieron en el primer tren y arribaron a los tres días a Nueva York, donde se enteraron que Bix acababa de morir.

Robert Goffin, en su libro “Historia del Jazz” (ediciones Cenit, Bs. As., 1958), fuente de esta crónica, concluye su breve pero exhaustivamente detallada biografía sobre Bix con tres párrafos que vale la pena transcribir:

“Yo he recorrido la simpática ciudad de Davenport, a la orilla del Mississippi, y he visto en el cementerio, situado en lo alto de una colina llena de grandes árboles umbríos, las tumbas de los Beiderbecke. Sobre la lápida de nuestro héroe hay esta inscripción: León Bix Beiderbecke, nacido el 10 de marzo de 1903, muerto el 6 de agosto de 1931.

“En la Gran Avenida, frente al número 1934, pude contemplar la coqueta casita en la que Bix pasó su infancia y fue deslumbrado por los primeros discos de jazz que su hermano había conseguido. Después he vuelto a pasar frente a la compañía mortuoria Hill et Frederiks, que condujo de vuelta, concluido su azaroso viaje al país del jazz, a aquel que ya había entrado en la leyenda. También fui a entrevistar a la muchacha que él había amado, Vera, actualmente casada con uno de sus amigos, y la cual, bella y simple, transfigurada todavía por el resplandor con que Bix iluminó su vida, me relató los detalles de una juventud dedicada por entero a un arte ingrato. Me refirió asimismo el último encuentro con Bix, cuando poco antes de su muerte estuvo un corto tiempo en Davenport y fue a visitarla. Se mostraba melancólico y se quejaba largamente de la imposible vida que llevaba. Le confesó que había esperado conseguir, siendo fiel a la fórmula de la improvisación, todo lo que la música sincopada puede dar a un hombre. Pero había fracasado y estaba fatigado. Se sentía lleno de amarguras. Antes de partir, con un suspiro en la voz, murmuró que quizá, después de todo, hubiera valido más ser un simple marido sometido a las necesidades cotidianas de los objetivos familiares.

“Al poco tiempo, la orquesta de Paul Whiteman tocó con la silla vacía que había ocupado Bix: un dios genial había abandonado sus apariencias terrestres. Pero sólo mucho más tarde, fue cuando un grupo de músicos tuvo la iniciativa de emprender un religioso peregrinaje hasta las orillas del Mississippi. A su llegada, sólo el rechinar de las sierras mecánicas se escuchaba en el alba. Se dirigieron al cementerio, de donde salía lentamente una dama enlutada. ¡Era la madre de Bix! Entonces, sin darse a conocer, fueron a inclinarse ante la tumba del primer gran muerto de la nueva música americana. Ascendía el sol detrás de los montes de pinos y la brisa del amanecer jugaba entre las tumbas, pero nadie pronunciaba una sola palabra. Y de pronto, esos hombres apesadumbrados no pudieron menos que hablar en el único lenguaje que el desaparecido podía entender: desenfundaron sus instrumentos y, en sordina, tocaron fervorosamente el In the Mist.