17.6.06

Presentación de San Rocco, ciudad felina.

Presentación del número especial sobre la ciudad de San Rocco, serie historietas a editarse por Sacapunta Comics, Rosario, Argentina.

El carácter gregario del ser humano hizo que siempre viviera en grupo. En algún momento de la nebulosa prehistoria, la cultura humana sojuzgó a la naturaleza humana (si es que esta última alguna vez existió), y en los grupos humanos comenzó a perfilarse aquello que los distinguiría de todas las demás especies vivientes: La Civilización. Entonces aparecieron.

Nueva York, París, Londres y Nápoles son aristocráticas, un especie de primus inter pares. Roma, Bagdad, El Cairo, Alejandría y Atenas exhiben, orgullosas, su abolengo. De Biblos, Sidón, Tiro, Ur, Babilonia y Lagash queda poco más que el recuerdo de sus gloriosas existencias. Edimburgo, Paraná, Río de Janeiro y Bonn son reinas destronadas. Jerusalén, La Meca y El Vaticano son embajadas de la Divinidad en la Tierra. Florencia, Victoria, Virginia y Rosario tienen la belleza de sus nombres de mujer. Damasco, Cesárea y Portland prestaron sus nombres a otras entidades, que terminaron más afamadas que ellas mismas. La proteica Estambul fue también Constantinopla y Bizancio. Venecia, Brasilia y Las Vegas nos demuestran el talento humano; y de otras capacidades también humanas dan cuenta Guernica, Hiroshima y Chernobil.

Además de reales, también las hay fantásticas, como Ciudad Gótica, Camelot y Lionesse. Estas ciudades invisibles son tan fundamentales como las visibles, porque si Atenas nos enseñó a dialogar y Roma nos enseñó a legislar y a gobernar, Camelot nos enseñó qué cosa es el heroísmo, que quizá sea la única cualidad humana forjada por Occidente.

El hombre surgió en un mundo sin ciudades. De a poco, las inventó, las construyó, y las llenó de Arte, Religión, Filosofía y Ciencia: las cuatro disciplinas que, probablemente, abarquen y comprendan cualquier manifestación cultural. Después pasó a depender de ellas y ya no pudo vivir en un mundo sin ciudades, reales o fantásticas, visibles o invisibles.

Muchas veces, un hombre nos habló de muchas ciudades: Howard Lovecraft nos hizo conocer a Ib: la ciudad traída de la Luna, por gente que no era humana, mucho antes de que el primer hombre habitara la Tierra. Y también nos habló de Sarnath: la ciudad maldita, y de Thraa, de Ilarnek, de Kadatheron, de una ciudad sin nombre, de Innsmouth: la que guardaba un terrible y horrible secreto, y de Y´ha-nthlei: la ciudad submarina, la de mil columnas, la de los seres mostruosos. Ítalo Calvino nos cuenta cómo Kublai Kan, emperador de los tártaros, se enteró, por boca de Marco Polo, de la existencia de Octavia: ciudad telaraña, ciudad colgante con casas con forma de bolsa, y de Zobeida: la ciudad trampa, fundada por hombres de diversas naciones que tuvieron un mismo sueño: soñaron que perseguían a una muchacha desnuda, y de Cloe: la gran ciudad cuyos hombres y mujeres no se conocían, pero imaginaban acariciarse y hasta morderse, y de Argia: ciudad con tierra en vez de aire, y de Perinzia, cuyos fundadores quisieron reflejar la armonía del Cielo e imitar la sabiduría de la Naturaleza, y luego fue conocida como "la ciudad de los monstruos".

En las páginas que siguen, muchos hombres nos hablarán de una sola ciudad: San Rocco: la ciudad felina, la ciudad leona, la ciudad tigresa: una ciudad llena de gatos y sin pájaros. Bienvenidos a ella.