17.6.06

Murallas.

Los habitantes del castillo dicen que fue durante la madrugada, mientras ella paseaba en las terrazas mirando las estrellas y sabiendo que él vendría. Y que él llegó, desde el lóbrego firmamento sin luna, envuelto en túnicas oscuras, montando un negrísimo caballo alado, y la raptó. También cuentan que, a pesar de lo extraordinario del fenómeno, los guardias reaccionaron con prontitud, y que algunos virotes de ballesta alcanzaron a la bestia en sus ancas; pero que no sangró, sino que sólo desprendió estelas de humo que se disiparon en la noche. Aseguran que el fantástico animal los condujo hasta una pequeña isla del mar de la China, y que, desde entonces, allí viven hasta hoy como campesinos, cada día más dependientes del otro, cada día más enamorados.

Ella es la hija del médico del Señor del castillo más inviolable de la región. El es el hijo mayor del Señor de otro castillo, y por lo tanto caballero y heredero de un feudo. Se conocieron en un torneo, en el cual él triplicó su valentía y agresividad a partir de que ella atara su pañuelo en su yelmo. El tres veces más aguerrido, sin desearlo, provocó la muerte del heredero del Castillo Inviolable en una justa. Esto significó el final del torneo, la enemistad de los bandos competidores y la consolidación de un amor doblemente desaprobado. De un lado decían que él era el enemigo, y del otro, que ella era poco noble para él.

El profundo enamoramiento era evidente y el padre de ella, conocedor de que no hay consejo que cambie las determinaciones de una enamorada, la encerró bajo llave en una habitación, para que el propósito de fuga que le vislumbraba se debilitara hasta extinguirse. “El amor que muy pronto se manifiesta, muy pronto desaparece”, pensaba. Otras veces se preguntaba "¿por qué lo había matado...?". ¿Por qué el Destino había permitido esa muerte no querida por nadie? ¿Por qué una fatalidad había transformado al mejor pretendiente de su hija en el enemigo de su gente? Lo sedujo la idea de escapar con su hija para entregarla en matrimonio. Pero esa decisión aparejaba riesgos demasiado intolerables: la escasa nobleza hacía improbable la unión; y además, seguramente, él sería considerado un traidor y sabía que habría caballeros que jurarían, ante su señor y los cuatro evangelios, ajusticiar esa traición con la muerte.

Después de dormir mal un par de noches, decidió dejar las cosas como estaban. Su vida en el castillo no era la mejor, pero estaba muy lejos de ser la peor. Su hija no se desposaría con ningún heredero, pero sí con alguien más cercano a la corte que a los trabajos serviles.

El heredero enamorado buscó la aprobación de su matrimonio, pero no la obtuvo. Propuso viajar al Inviolable para suplicarle perdón al Señor ofendido. Su padre le respondió que las gentes de ese castillo estaban furiosas y que por muchos años serían inviables las conversaciones de paz. Y como siempre tenía presente la formación de su sucesor, le aconsejó que jamás suplicara, porque las súplicas son síntoma de debilidad; y que de su parte sólo las merecía el Todopoderoso cuando él vislumbrara el fin de sus días, en batalla o en su lecho de muerte. Entonces propuso atacar al Inviolable y raptar a la muchacha. Pero los ministros de la corte, casi mofándose de su ingenuidad, le recomendaron detenerse a pensar en las razones por las cuales ese castillo era conocido como El Inviolable.

A pesar de la intransigencia de todos, el furibundo deseo de estar con su amada le hizo emprender un plan aconsejado solamente por su desesperación. Faltaba poco para que el sol tiñera de oro el horizonte sin nubes, y la noche se anunciaba cálida. Buscó entre sus corceles al más rápido y, sin armadura, para cansar menos al animal, salió solo de su castillo, sin que nadie lo advirtiera, y cabalgó frenéticamente hacia el Inviolable. Muy pronto lo atrapó la inmensa oscuridad de una noche sin luna, y a través de ella viajó, sabiendo que llegaría mucho antes del amanecer.

El Inviolable es deseado por muchos Señores poseedores de gloriosos ejércitos. Pero nunca nadie ha osado atacarlo. Su dueño sigue sosteniendo que es la fama, producto de su nombre, aquello que lo hace el más seguro. Por otro lado, es lo único que lo diferencia de los demás. Es así que no hay empresa que merezca tanta dedicación como la de mantener las creencias derivadas de tan acertado nombre. Difundir que un extraño ingresó sin ser visto por ningún guardia, que rompió el candado que lo separaba de su amada, y que un par de enamorados escaparon del castillo sin que nadie lo impidiera, significa decirle al mundo que el Inviolable es vulnerable.

Así sucedió todo en realidad. El entró caminando, y caminando se escaparon los dos. No muy lejos del lugar, liberados de sus antiguas obligaciones, deben estar viviendo los amantes, ocultos y felices. Pero hizo falta inventar un relato fantástico para mantener inmune al castillo. Estamos en una época en que hasta la literatura está al servicio de la seguridad.

Los juglares están desparramando esta historia de amor por todos los confines. Cada vez que la recitan o cantan le agregan un nuevo elemento asombroso. Los pretendientes del Inviolable dejaron de pensar en sitios y ordinarias estrategias de asalto. Y, asesorados por sus sabios en poliorcética, han enviado caravanas a los más alejados reinos de Levante. En esos contingentes van muchos de sus mejores caballeros, para custodiar los cofres repletos de oro y piedras preciosas. Van religiosos que conocen lenguas extranjeras, en calidad de traductores. Y también van los más hábiles negociantes, que llevan la misión de cambiar los tesoros que acarrean por el mayor número posible de caballos alados.